Una metáfora sobre la composición del universo
Quizá no hay enseñanza más preciada, entre las legadas por nuestros antepasados, que el hábito de observar con detalle el cielo. De ahí que, por ejemplo, una de las actividades más importantes en la historia del universo del hombre sea el culto al...
Una metáfora sobre la composición del universo
Quizá no hay enseñanza más preciada, entre las legadas por nuestros antepasados, que el hábito de observar con detalle el cielo. De ahí que, por ejemplo, una de las actividades más importantes en la historia del universo del hombre sea el culto al Sol. Basta recordar su naturaleza cíclica por sobre el tiempo (que demanda evolución, renovación o trascendencia) para recordarnos que su presencia es inevitablemente la más importante de todas.
Como reparador constante del caos, el Sol se debe al movimiento. En la cosmogonía nahua, los humanos son los responsables de mantenerlo en constante flujo mediante la ofrenda con lo más preciado de su alma en vida: la sangre. Si bien el dominio del Sol sobre la Tierra puede ser, algunas veces armónico y muchas otras turbulento, ningún horror le es equivalente a los que desataría un Sol inmóvil. Porque cada cuerpo celeste en movimiento se ve reflejado en un cuerpo humano, ese microcosmos dividido en concordancia con el universo mismo.
Para los mexicas, que habían adoptado ideales milenarios desde sus precedentes Toltecas, replicar al universo en sus vidas a manera de refracción metafórica era imprescindible. Una de las formas más idílicas fue la representación de su Mito de los trece cielos. En esta leyenda, pilar de su doctrina en torno al origen de la creación del “Quinto Sol” (nuestro tiempo), se describen los espacios geográficos en los que ha de dividirse el universo que son tres: la tierra, el cielo y el inframundo.
Estas tres dimensiones fueron creadas a partir de Cipactli, una criatura mitad cocodrilo, mitad pez nacida de la “sustacia”. Cipactli flota en el vacío (semanahuactli). Quetzalcoatl le asesina y de su cuerpo habrá de crear el universo con trece cielos (nueve en un principio) que ocupan la cabeza de la quimera; la tierra, (o Tlalticpac) en su centro y nueve inframundos provenientes de su cola.
La leyenda narra que tanto el nivel de los cielos como el de los inframundos pertenecen a la región vertical del universo, mientras que la tierra se desdobla horizontalmente, tomando el adyacente de una especie de rosa de los vientos. Este mismo plano se ve también influenciado por fuerzas superiores e inferiores que habitan en los trece cielos, ya que diariamente cuerpos celestes descienden al inframundo y ascienden de él, pasando por el plano terrenal. De ahí que los aztecas –y en realidad la mayoría de culturas prehispánicas– relacionaran profundamente los astros con los hechos cotidianos.
Pero en el supramundo –los trece cielos–, recae una importancia todavía más relevante. Cada uno de estos cielos representa moradas, y en cada morada se hayan seres espirituales seccionados por lo que pareciera ser un grado de “consciencia”. A continuación una descripción breve de cada cielo:
Primer cielo: Ilhuicatl Meztli
“Donde se mueve la luna”
Primer cielo inmediato sobre la tierra. Camino por donde se mueve la Luna (Meztli) y se sostienen las nubes. Esta habitado por: Tlazolteotl, Dios de la inmundicia. Tlaloc, que punza el vientre de la nube. Ehecatl, el que hace caminar a las nubes.
Segundo Cielo: Cintlalco
“Donde se mueven las estrellas“
Las estrellas corren divididas en dos ejércitos: Centzon Mimixcoa: Las cuatrocientas del Norte. Centzon Huitzinahua: Las cuatrocientas del Sur. También se encuentran: Citlaltonac, la vía láctea. Tezcatlipoca ocelotl, la osa mayor. Citlaxonecuilly, la osa menor. Colotl, la constelación de Escorpio.
Tercer cielo: Ilhuicatl Tonatiuh
“Donde se mueve el sol”
Aquí se desplaza Tonatiuh, el Sol, en su camino desde del país de la luz hasta su casa de occidente para sumergirse en el inframundo.
Cuarto cielo: Ilhuicatl Huitztlan
“El cielo de la estrella grande”
Es el camino celeste por donde se mueve Citlapol o Hey Citlallin (Venus), la “Estrella grande, la mayor y la más brillante”, también viven: Tlahuilcalpantecuhtli: Dios de la mañana o de la luz, señor del alba, advocación de Quetzalcoatl, asociado con Venus como estrella matutina. Huixtocíhuatl ó Uixtociuatl, diosa de la sal.
Quinto cielo: Ilhuicatl Mamoloaco
“Cielo que se hunde o taladra”
Lugar de los cometas, estrellas errantes. Citallin-popoca, “Estrellas que humean” Citlalmina, cuando tienen cola. Xihuitl, cuando tienen cabellera.
Sexto cielo: Yayauhco
“Espacio verdinegro”
Donde nace y se extiende la noche. Aquí ejerce sus poderes Tezcatlipoca Yohualli, el enemigo.
Séptimo cielo: Ilhuicatl Xoxouhqui
“Cielo azul”
El que muestra su rostro en el día. Ámbito de Huitzilipochtli, el colibrí azul a la izquierda.
Octavo Cielo: Iztlacoliuhqui
“Donde crujen los cuchillos de obsidiana”
Lugar de las tempestades. Aquí aparece Tlaloc pero dominado por la deidad Iztlacoliuhqui, “Cuchillo Torcido“, Dios del frío, variante de Tezcatlipoca.
Noveno cielo: Iztlan
“Región del blanco”
Décimo cielo: Cozauhquitlan
“Región del amarillo”
Onceavo cielo: Yayauhtlan
“Región del rojo”
Aquí el sol muestra su rostro rojo, a la hora del crepúsculo.
Doceavo cielo: Teteocan
“Donde moran los dioses”
Espacio eminentemente divino, donde las deidades permanecen y se proyectan para ser en otras partes. Es el lugar donde los dioses toman rostros, se enmascaran para ser otros además de seguir siendo ellos mismos. Aquí nacen y renacen y se alimentan en su calidad de seres eternos y mutantes.
Treceavo cielo: lhuícatl-Omeyocán
“Lugar de la dualidad”
Donde mora el señor de la Dualidad, Ometeotl. Se concibe el principio generador de todo lo existente. El dios principal se engendra a sí mismo. Ometeotl, en su dualidad femenina-masculina, viene a ser la pareja creadora: Ometecuhtli y Omecihuatl, señor y señora de la Dualidad. Esta pareja creadora, origen de toda la generación de dioses y de la creación del universo tiene también los nombres de Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl, “señor y señora de nuestra carne”. Partiendo de estos nombres, algunas versiones consideran que el Omeyocan es al mismo tiempo el Tamoanchan “lugar de nuestro origen”, en el que se encuentra el árbol con senos, nodriza que amamantaba a los seres antes de nacer. Es en Tamoanchan donde se engendraban las almas de los hombres. En algunas tradiciones, es en este cielo donde también mora Huehuetéotl-Xiuhtecuhtli, dios viejo y del fuego, el elemento generador de la vida.
Los trece cielos fueron representados en tierra azteca de distintas maneras simbólicas, la más importante el Huey Teocalli o Templo Mayor, el templo dedicado también al Sol, donde curiosamente se encontraba un Quauhxicalli (rectángulo donde se depositaban los corazones sacrificados) en su tercer descanso.
/Fuentes:
Díaz Infante Fernando, La estela de los soles o calendario azteca, Editorial Panorama, primeraedición, 1987.
Pueblosoriginarios.com; Estructura del universo mexica
*Imágenes: Arqueología Mexicana
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