- Ignacio Carvajal, el mejor
Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- Uno. Un cronista en el infierno
Ignacio Carvajal García es el único reportero de Veracruz que ha alcanzado la plenitud en la escritura. Sus crónicas y reportajes integran los mejores capítulos de lo que se llama el periodismo literario. Sus textos alcanzan la sublimidad de lo que el poeta argentino, Eduardo Kovalivke decía del escritor y cronista nicaragüense, Rubén Darío, “líneas sublimes”.
Una vez más, el compañero lo ha mostrado en lo que pudiera denominarse su primer libro. Se llama “Romper el silencio”, escrito en coautoría con unos diez periodistas más, donde cada uno cuenta la historia de su viaje personal y profesional al infierno cubriendo la nota sobre el río de sangre y el valle de la muerte en que ha caído, sin esperanzas, el país.
Ignacio escribe, entonces, el capítulo Veracruz, donde, y como escribió, “antes de cubrir una balacera se han de tomar unos cuatro alcoholes” para, digamos, darse fuerza emocional y espiritual y neurológica y reportear el infierno mismo.
El libro fue presentado en el festival efectuado en el zócalo de la Ciudad de México y para gusto de todos puede consultarse en Internet.
Dos. Reportear en medio de los cadáveres
Ignacio es el más grande de todos los reporteros de Veracruz y quizá del Golfo de México. Conjuga los dos atributos en el ejercicio periodístico. A, la rigurosidad informativa, y B, la pulcritud literaria.
Incluso, hasta podría escribirse que ha creado y recreado una ciudad literaria y periodística en Veracruz, contando al lector historias sórdidas, cierto, y al mismo tiempo, describiendo la realidad con elegancia y finura, postales y retratos llenos de vida.
Además en su libro se confiesa y denota y connota la historia cruel y atroz vivida en cada nuevo amanecer.
Un día, atrás de la notica, rastreando el crujir de los zopilotes para “llegar al lugar inmundo de los cadáveres en fosas clandestinas” que estaban exhumando.
Otro día, cuando el festival de salsa en Boca del Río y la balacera en el bulevar, frente al hotel Lois, “con cadáveres regados, soldados heridos, armas tiradas y cientos de cartuchos percutidos”.
Otro día, consciente y seguro de que la búsqueda de la noticia del día significaba toparse con “todo lo que tenía que ver con cadáveres, muertes, sangre, balas y desaparecidos” bajo una férrea autocensura en el medio periodístico donde laboraba, de igual manera como sucede en los medios.
Tres. Dar sentido a su vida
En la literatura de Ignacio Carvajal hay un retrato naturalista de los peores días y noches en la historia local.
Y cada uno de los episodios vividos atrás de la noticia estelar sólo han sido para dar sentido a su propia vida, pues un reportero que se respeta vive obsesionado para trascender “la franja de silencio” levantada alrededor de los días podridos.
Y más, cuando hay en Veracruz “un gran agujero donde abundan los excesos y los abusos de los policías y malosos”.
Y más, mucho más, por ejemplo, cuando fueron descubiertas las fosas clandestinas del terreno anexo al Frac. Colinas de Santa Fe, considerado el cementerio particular “más grande de América Latina en la historia reciente”.
La literatura del compañero permite asomarse, mejor dicho, darse una zambullida en las aguas fascinantes de su escritura prosística, cercana, digamos, a un relato de viaje.
Más aún: su libro, cierto, pincela la vida diaria de Veracruz y crónica la vida interior del reportero, cuando, por ejemplo, confiesa que ha participado en talleres sobre los traumas y el estrés generado por reportear desde el centro del infierno, y en donde, como él mismo dice, luego de conocer casos de “gente asesinada con una segueta”, sólo restaba “apagar la paranoia con sexo”, digamos, para olvidar, y lo peor, sin lograr el objetivo, porque la pesadilla se ha filtrado en los poros y es como un fantasma que persigue día y noche, y en la madrugada, y en el insomnio.
Su libro, un texto que cuenta historias y que llama a la autodefinición personal, en tanto gesto mínimo de sobrevivencia (Luis Bugarini, Nexos).
Cuatro. Una prosa que se saborea
Muy joven aún para la proeza reporteril ganada en el frente de batalla, Ignacio es el padre de la literatura periodística en el Golfo de México.
Y aun cuando la mayoría de reporteros suelen trabajar unas 18 horas diarias y escribir un montón de notas, el compañero ha vivido muchos, muchísimos días y noches en que ha escrito unas doce notas al día “para ganar unos 7 mil pesos a la quincena”.
Y sin embargo, con el mundo encima conservar la frescura literaria para crear y recrear frases asombrosas donde su mirada para escudriñar el árbol por dentro, hacia arriba y hacia abajo, logra que su prosa sea imborrable.
En el libro, Ignacio cuenta algunas de las veces cuando llegó a tiempo al lugar de la tragedia en que un colega del oficio era un cadáver. Aquella ocasión en que una reportera estaba decapitada, el cuerpo y la cabeza en espacios diferentes, a un metro, metro y medio de distancia.
Y la historia, como las demás, las narra y describe como si fueran un cuento o una novela de terror y misterio, de dolor y sufrimiento, de incertidumbre y zozobra.
Es lo que Truman Capote llamó en “A sangre fría”, el periodismo literario no ficción y que acaso tendría su gran antecedente, primero, con Herodoto 450 años antes de Cristo y con el relato bíblico.
Nadie en Veracruz escribe como Ignacio Carvajal. Y su libro ha de leerse, como decía José Vasconcelos, de pie, pues hay libros, decía, que se leen acostados, pero también, de pie, para admirar con respeto al cronista excepcional.
El lector de Nacho se saborea y deleita en y con su prosa, digamos, como una chelada en el día tropical, a la orilla de la playa con la brisa marina y acompañado de una persona amada y deseada.
Desde aquí, el abrazo de su alumno.
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