sábado, 29 de octubre de 2016

Carla Sánchez: la fotógrafa mexicana que no quiere ser artista

Carla Sánchez es una artista que aún no lo sabe. Insiste en que la llamen 'fotógrafa' a secas, con una humildad que sólo sus propias imágenes impiden reverenciar: basta ver unas pocas para darse cuenta de que posee el don reservado a escasos elegidos de crear una realidad nueva allí donde otros muchos no pasaríamos de la reproducción mimética.

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En estos días en que Guanajuato acoge una edición más del Festival Internacional Cervantino (FIC), Carla Sánchez, una Licenciada en Cultura y Arte que lleva doce años como profesional de la fotografía, ha decidido someterse al escrutinio público.

Sus fotos se exhiben en la Casa de la Presa, una joya arquitectónica del 'art nouveau' erigida en el casco histórico de la ciudad, que devino en centro cultural y galería de arte tras ser rescatados sus espacios del ceniciento destino de oficinas de gobierno.

Un motivo unifica y titula la propuesta fotográfica de Carla Sánchez: 'Arquitectura y Paisaje', dos realidades en apariencia disímbolas que coinciden sin exabruptos ni jerarquías, toda vez que la arquitectura no es sujeto primario ni el paisaje excusa para el ornato.

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La belleza del resultado va más allá de la fértil hibridación de 'cultura' y 'natura', de la conjunción armoniosa de encuadres y de luz ('Halo' y 'Ocaso neoyorquino', imágenes ambas del 2015), para prodigarse además en las texturas resultantes de tales amancebamientos ('Presente, espejo del pasado', 2015 y 'St. Pancras', 2016), instantes detenidos que son también particularidades del espacio.

En términos profanos: las fotografías de Carla Sánchez son el resultado de estar su autora en el lugar y el momento indicados.

Ojo con alas Así esbozado, tal pareciera que Carla Sánchez se abandona sin opciones a la suerte del aficionado cuando es todo lo contrario: sus obras son el reflejo mejor del talento desbordado de una profesional del lente, talento capaz no sólo de reconocer sino también de procurar esa mágica idoneidad espacio-temporal, esa conjunción evanescente del aquí y del ahora.

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Como el niño de la anécdota que en la mañana ve al escultor que comienza a labrar la piedra, y en la tarde, ante la estatua ecuestre ya terminada, le pregunta sorprendido al artista cómo sabía que dentro había un caballo, vemos las fotos de Carla con parejo asombro: el que provoca que haya visto una realidad inadvertida por los demás.

En 'Perspectiva' (2015), por ejemplo, Carla nos ofrece lo que parece la foto aérea de una playa, cuando en realidad no hay más que roca, arena y agua captadas desde la aproximación singular de una artista. La belleza —como la poesía, según el decir del poeta— está en todas partes: el problema es dar con ella. Esa capacidad para el hallazgo de lo bello, de lo poético, ese don para la (re) creación de la realidad, es lo que hace de Carla Sánchez la artista que no quiere ser.

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La difícil facilidad de Carla Sánchez para encontrar la belleza la lleva a que no se prodigue en captar la realidad a ráfagas para luego elegir la obra-bien-hecha, esa en la que reside el espíritu del creador según apuntara el escritor y ensayista español Eugenio d'Ors. Su instinto, que es una de las formas de su talento, disecciona el espacio y el tiempo con precisión de cirujano y exquisitez de orfebre. No hay mucho que hacer después. Carla ha desterrado de sus fotos las trampas del retoque digital y apenas si se limita a balancear unos pocos detalles cromáticos como los fotógrafos que en el pasado se encerraban en el cuarto oscuro a jugar con las posibilidades del revelado.

La obra nace completa en su mente, no de un programa de edición fotográfica. Incluso lo que el profano consideraría un error y borraría con las herramientas del Photoshop u otra aplicación 'ad hoc' —el reflejo de unas luces en 'Tragaluz', 2015—, Carla lo hace suyo en la instantánea como textura luminiscente que se integra sin artificios al paisaje.

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La cámara trotamundos de Carla Sánchez recrea universos conocidos pero trasciende lo documental. No es la suya la mirada del recuerdo que termina sepultada bajo el polvo binario en la subcarpeta 'Mis viajes' de alguna vieja computadora. Carla es una descubridora que revela mundos no 'hollados' por el ojo humano. Ella 've' donde otros apenas 'miramos'.

El instante que atrapa Carla, como el 'aleph' borgeano, contiene todos los instantes posibles, el ayer, el hoy, el después. En esa magia de la luz congelada asistimos asimismo a otra revelación: esa que nos lleva de regreso al 'ojo con alas' de una fotógrafa que en torpe empeño no quiere ser artista. Torpe y además estéril, porque su propia obra, magnífica como pocas, clama 'urbi et orbi' todas las razones posibles para negarle esa aspiración.


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