- Vivir con el miedo encima
Barandal
Luis Velázquez
Veracruz.- ESCALERAS: La siguiente es la numeralia del terror y del miedo y de la incertidumbre y la zozobra periodística en Veracruz: setenta reporteros está acogidos a las medidas cautelares de la secretaría de Gobernación. En el país, un total de quinientas personas. En el gobierno azul que corre, tres reporteros asesinados. En el duartazgo, diecinueve, más tres desaparecidos.
Todos, en la impunidad, y que significa otra cruz pesada camino a Damasco y camino al Gólgota, en que cuando menos los hijos de Dios alcanzaron la plenitud.
En el caso, el infierno como destino. Cándido Ríos Vázquez, asesinado en Juan Díaz Covarrubias el martes 22 de agosto, contaba con el llamado “Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas”, y con todo, lo ejecutaron.
La explicación del subsecretario, el elbista Roberto Campa Ciprián fue insólita: estaba en el lugar equivocado.
Con todo y las buenas intenciones resultan insólitas las llamadas medidas cautelares.
Por ejemplo, en el mejor de los casos, escoltas. Y escoltas por un tiempo, cuando, digamos, la autoridad considera que el peligro ya pasó en automático las retira.
Las otras medidas son las siguientes, para Ripley: teléfonos, botones de pánico, atención sicológica, cursos de autoprotección, vigilancia de inmueble, reubicación temporal (digamos, exilio) y apoyitos para alimentación y, claro, sólo durante un tiempecito.
En contraparte, resulta insólita la impunidad. Y de acuerdo con el jurista, entre más impunidad más violencia, más atropellos, más abusos y excesos de poder, más crímenes, más desaparecidos, más secuestrados, más fosas clandestinas, más cadáveres flotando en los ríos, más cuerpos tirados en la carretera.
Muchos años después, del duartazgo a la yunicidad, la vida reporteril prendida con alfileres.
Y más, por lo siguiente: en la lista de los muertos, todos, trabajadores de la información. Reporteros y fotógrafos. La gente de la calle y en la calle. Ningún patrón. Ningún magnate.
PASAMANOS: Del sexenio priista anterior al bienio azul, ningún cambio se advierte ni siente en la política de seguridad, cierto, para la población reporteril, pero más, mucho más, para la población civil.
Igual como entonces, siguen asesinando a trabajadores de la información y a civiles.
Igual que en el pasado inmediato, continúan inculpando a los carteles y cartelitos, malandros y sicarios, ladrones, rateros y asaltantes.
Bastaría el siguiente hecho estremecedor:
El 19 de marzo, en Yanga, fue asesinado el reportero Ricardo Monluí Cabrera. Al momento, ningún detenido.
El 9 de julio, en Acayucan, fue ejecutado el camarógrafo hondureño, Edwin Rivera Paz, quien venía huyendo de su país y aquí la muerte lo alcanzó.
El 22 de agosto, la semana anterior, fue asesinado de cuatro balazos (a Rosita Alvírez le dispararon tres y “sólo uno era mortal”), el voceador y corresponsal, Cándido Ríos Vázquez, y la autoridad se lavó las manos diciendo que fue un accidente, casi casi hasta lo inculpan por haber estado en el lugar equivocado con la gente equivocada, y ni modo, le tocaron los balazos equivocados.
Y de los tres crímenes, ni un solo detenido. Ni un solo indiciado.
Incluso, la Fiscalía se ha tardado en inculpar a Javier Duarte, quien desde el Reclusorio Norte de la Ciudad de México ya va en la tercera cartita a la opinión pública, llamando, primero dictador, y luego loco, y después pederasta al góber azul.
CASCAJO: Una duda brinca entre todas. Si hay setenta periodistas de Veracruz acogidos a las medidas cautelares de la secretaría de Gobernación habrían de conocerse las razones.
Por ejemplo, las ONG de reporteros han apuntado algunas, entre otras, las siguientes:
Una: políticos caciquiles y aldeanos, entre quienes estarían ex y presidentes municipales, síndicos y regidores.
Dos: policías.
Tres: carteles.
Cuatro: funcionarios menores.
Cinco: líderes políticos y sindicales.
Y es que por cualquiera arista que se le mire resulta inverosímil que setenta trabajadores de la información vivan angustiados, temerosos, llenos de miedo de que a la vuelta de la esquina el enemigo y adversario los esté cazando.
Sean carteles. Sean caciques. Sean policías. Sean políticos, pues su identidad solos ellos y los funcionarios de Gobernación, quizá el góber azul, conocerán.
Nunca antes en Veracruz, desde el duartazgo a la fecha, la numeralia de la incertidumbre había alcanzado tales dimensiones.
Vivir con el miedo encima.
Pero más aún, con el miedo de que los malosos también procedan contra la familia, la esposa, los hijos, los hermanos, los padres, los tíos, etcétera.
En la guerra sucia, por ejemplo, incendiaban las casas y las oficinas de los reporteros incómodos; sólo faltaría llegar a tales extremos en el territorio jarocho.
Una familia más está enlutada en Veracruz. Un hogar más, desamparado. En la orfandad la esposa y los hijos que vivían del ingreso del reportero asesinado.
Pero setenta trabajadoras más de la información están en la mira. Intimidados, acosados, amenazados de muerte, se acogieron a Gobernación.
Pero el crimen de Cándido Ríos muestra y demuestra que cuando la muerte llega, llega.
Por más Gendarmería. Por más Policía Militar. Por más soldados. Por más marinos. Por más Fuerza Civil. Por más policías estatales y municipales. Por más discursos bragados y bravucones. Por más golpes de pecho de las Comisiones de Periodistas.
Por eso tantas guardias vecinales se están integrándose en Xalapa, de igual manera como en otros poblados, como por ejemplo, en Las Choapas con sus guardias comunitarias que con un manotazo de la secretaría de Seguridad Pública fueron desbaratadas, bajo la promesa de que la seguridad, ajá, estaba garantizada.
El Dios de cada quien… cuide a todos, sin que nadie, porfis, olvide la frase bíblica del Fiscal Luis Eduardo Coronel Gamboa y que resume la filosofía yunista: “¿Cuál es la prisa… si los desaparecidos… desaparecidos están?”.
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